10 consejos para enfrentar la muerte de forma cristiana
La muerte nos genera incertidumbre y temor, pero si la entendemos cristianamente podemos afrontarla con esperanza en las promesas de Dios
La muerte nos asusta a
todos; vernos indefensos y frágiles nos genera incertidumbre, preguntas,
malestar. Muchas veces, evadiendo el tema, decimos que aún nos falta mucho para
ese día, que no nos preocupa y cuando alguien nos toca el tema lo desviamos. En
realidad, lo que estamos llamados a hacer es entender el verdadero sentido de
la muerte, y para ello debemos revisar los siguientes aspectos que nos darán
una visión cristiana de la misma
1. Recurrir a los sacramentos: Unción de los enfermos, confesión y
comunión.
Cuando
este momento se acerca se debe procurar dejar este mundo libre de cargas y
pecados, recibir la unción de los enfermos, confesarse y comulgar. De esta
forma, al llegar la muerte, será el encuentro con Cristo, que como Buen Pastor
acompaña a sus ovejas. Debemos procurar que si un ser querido o vecino se
encuentra en esta situación, ayudemos buscando o avisándole a un sacerdote
cercano para que vaya a visitar al enfermo y pueda irse en gracia de Dios.
Recordemos
personalmente buscar vivir en comunión con el Señor, cumplir sus mandamientos y
confesarnos y comulgar con frecuencia por amor a nuestro Dios y considerando
que la propia muerte puede sobrevenirnos cuando menos lo esperamos.
2. Comprender que la muerte es un estado liberador.
Cristo
quiso liberarnos con amor y entrega. Al resucitar, Él venció a la muerte y
nosotros debemos vivirla comprendiendo que un ciclo terreno termina e inicia el
tiempo de gracia al lado de Dios y su corte celestial. Recordemos que la muerte
y resurrección de nuestro Señor nos permite que compartamos con Él la vida
eterna. Jesús nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan
11, 25-26)
3. Entender que la
muerte no es un castigo sino la entrada a la vida eterna.
La muerte
entró al mundo para purificar el pecado que heredamos de nuestros primeros
padres, todos estamos convocados a ir con el Creador de la vida y entregar
cuentas de cómo hemos vivido en esta tierra. No necesariamente la enfrentaremos
cuando estemos enfermos o ancianos, será cuando se nos llame al encuentro con
Dios Padre, quizás en el momento menos esperado. Nuestra esperanza y alegría es
Cristo quien nos ha redimido: “Porque el salario del pecado es la muerte,
mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús,
nuestro Señor” (Romanos 6,23)
4. Conservemos con
amor el recuerdo de nuestros seres queridos que han partido.
Si bien
ya no están físicamente con nosotros, todas sus enseñanzas y los momentos
compartidos viven en nuestros corazones, honremos siempre su memoria como un
tesoro invaluable que nos acompañará en nuestra vida.
5. Acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares de quien ha fallecido.
Cuando se
ha perdido a alguien, generalmente nos refugiamos en la soledad, el llanto y el
silencio, la depresión, la inapetencia y el estrés. Nuestra tarea cristiana es
acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares, recordarle con alegría,
procurando que se distraigan y vean en la muerte no un fin, sino un continuar
en el amor de Dios, que tiene preparado un lugar para cada uno de nosotros.
6. Evitemos caer en depresiones prolongadas, busquemos ayuda y soporte
espiritual.
Aunque
nos duele que un ser querido haya partido y sentimos un vacío en ese tiempo y
espacio que compartía con nosotros, hay que evitar caer en depresiones
prolongadas, primeramente porque sabemos que a quien se ha ido no le hubiese
gustado vernos así, y segundo, porque contamos con la esperanza cristiana de
que, quien ha creído y vivido en el Señor, tiene vida eterna en Él. Si nos es
difícil levantarnos del duelo, busquemos ayuda en un sacerdote o director
espiritual para sobrellevar el dolor, será muy útil.
7.
Respetar el luto y evitar hablar de dinero o herencias en los momentos más
sensibles:
Es
posible que la persona fallecida haya dejado algunos bienes que corresponden a
los hijos o las personas que comparten un rasgo de consanguinidad. Todo tiene
su tiempo apropiado, y es lamentable ver familias que, aun cuando no ha
ocurrido la muerte o está muy reciente, tienen rencillas por temas materiales.
La Biblia nos enseña: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los
bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el
pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra”
(Colosenses 3,1-2)
8. Es recomendable donar la ropa y cosas usadas por nuestro familiar
difunto.
Es una
buena obra de caridad donar las prendas que la persona usó a una beneficencia,
casa hogar o refugio, de esta forma corresponderemos con la obra de
misericordia de vestir al desnudo. Otra razón es que muchas veces estas cosas
materiales a las cuales nos apegamos nos hacen mucho daño, no nos permiten
superar el dolor que ocasionado por la pérdida y dejar a nuestro familiar
descansar en paz.
9. Evitemos caer en
prácticas supersticiosas o de Nueva Era para mitigar nuestro dolor.
Algunas
empresas en su afán, no de compartir el dolor sino de lucrarse de éste, ofrecen
rituales que no son compatibles con la verdadera vida cristiana. Por ejemplo:
sembrar un árbol con los restos de nuestro familiar, arrojar las cenizas a un
lago para perpetuar su memoria, crear un cementerio virtual para visitarle
online, o llamarle a un animalito como el familiar relacionándolo con la
reencarnación (la cual es incompatible con nuestra fe), etc. El dolor no puede
desviarnos de nuestra fe, nuestra confianza siempre debe estar puesta en Dios y
en sus promesas, es su gracia la que nos ayudará a continuar.
10. Orar por el eterno descanso de quienes han partido.
Es
esencial y la mayor obra de amor que podemos tener con nuestro ser querido. En
muchos de nuestros países de habla hispana se acostumbra, al día siguiente de
la cristiana sepultura, reunirse en torno a la oración o “novenario” para
ayudar al difunto durante la purificación que le corresponda en el purgatorio.
Debemos hacerlo con mucha fe, ofreciendo la Eucaristía por su eterno descanso,
rezando el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, etc. Es nuestro
deber cristiano orar los unos por los otros: La Iglesia purgante (los que han
fallecido), la Iglesia militante (los que aún tenemos vida terrenal) y la
Iglesia triunfante (Los Santos que están con Cristo.)
Nos dice
el Catecismo de la Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de
la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso
mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos,
para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros
tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido
sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856),
para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.”
(numeral 1032)
Fuente: aleteia.org
Publicado por: O.Revette 27/06/2015 12:45pm
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