Reflexiones del obispo de
San Cristóbal de las Casas sobre la exhortación apostólica Amoris Laetitia
12.05.2019 - Durante muchos años, a los papás que
tenían hijos en amasiato, o que no se habían casado por la Iglesia, se les
impedía acercarse a la comunión sacramental, como si ellos fueran los culpables.
Con mayor razón, se juzgaba como pecador público a quien, casado por la
Iglesia, se separaba y se unía a otra persona. No se le excomulgaba, pero se le
condenaba sin miramientos.
Luego sucedió lo contrario: se empezaron a ver
estos casos como “normales” y ordinarios, una forma de rehacer la propia vida,
la reivindicación de un derecho. Y como aumentaron los casos, muchos ahora
prefieren no casarse por la Iglesia, a veces ni por lo civil, para sentirse
libres de romper una relación cuando “ya no funciona”, e iniciar otra
experiencia. Lo más grave es que se van regando hijos, dejados a su suerte.
El Papa Francisco nos está advirtiendo que no
podemos juzgar y condenar a todos por igual, sino que debemos analizar los
casos, pues, en algunos, no se podría afirmar que están lejos de Dios. Cuando
hay verdadero amor, Dios se hace presente de alguna forma, aunque imperfecta, y
no puedan recibir la comunión eucarística. Nos invita a una acción pastoral
hacia quienes se encuentran en situaciones complicadas.
PENSAR
En su
Exhortación Amoris laetitia, dice: “La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a
todo hombre, inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que
simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los
divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia
mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto: pide para
ellos la gracia de la conversión; les infunde valor para hacer el bien, para
hacerse cargo con amor el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad
en la que viven y trabajan. Cuando la unión alcanza una estabilidad notable
mediante un vínculo público —y está connotada de afecto profundo, de
responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas— puede ser vista
como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento del matrimonio, allí
donde sea posible” (78).
“Un discernimiento particular es indispensable para
acompañar pastoralmente a los separados, los divorciados, los abandonados. Hay
que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente
la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a
romper la convivencia por los maltratos del cónyuge. El perdón por la
injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino que la gracia hace posible.
De aquí la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a
través de centros de escucha especializados que habría que establecer en las
diócesis” (242).
“Las comunidades cristianas no deben dejar solos a
los padres divorciados en nueva unión. Al contrario, deben incluirlos y
acompañarlos en su función educativa. Porque, ¿cómo podremos recomendar a estos
padres que hagan todo lo posible para educar a sus hijos en la vida cristiana,
dándoles el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tuviésemos
alejados de la vida en comunidad, como si estuviesen excomulgados? Se debe
obrar de tal forma que no se sumen otros pesos además de los que los hijos, en
estas situaciones, ya tienen que cargar. Ayudar a sanar las heridas de los
padres y ayudarlos espiritualmente, es un bien también para los hijos, quienes
necesitan el rostro familiar de la Iglesia que los apoye en esta experiencia
traumática. El divorcio es un mal, y es muy preocupante el crecimiento del
número de divorcios. Por eso, sin duda, nuestra tarea pastoral más importante
con respecto a las familias, es fortalecer el amor y ayudar a sanar las
heridas, de manera que podamos prevenir el avance de este drama de nuestra
época” (246).
“Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada
uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para
que se sienta objeto de una misericordia inmerecida, incondicional y gratuita.
Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio”
(297).
ACTUAR
Dejemos nuestras actitudes de rechazo y condena
hacia quienes viven en estas situaciones, y aprendamos de Jesucristo el camino
de la misericordia y su invitación al ideal evangélico del matrimonio.
Fuete: Zenit 12.05.2016 / Publicado por: O.Revette 08-01-2019
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